Cuba quiere vender bien y cara la “influencia” política que posee en el continente
Érase una vez un país que vio, una y otra vez, como su clase dirigente le fallaba.
Venezuela no está en la primera página de los periódicos más que a golpe de sangre, frustración y muerte. Eso es lógico. Venezuela es un país rico; tiene mucho, mucho petróleo; mucho, mucho futuro; mucho, mucho territorio y poca, poca población.
¿Por qué parece que es más importante la crisis ucrania que la venezolana? ¿Es porque está a la derecha de Putin? ¿Es porque está a la izquierda de Obama? No, simplemente la razón es que a América hace muchos años que nadie necesita tomársela en serio.
¿Son los muertos de esta última revuelta venezolana en vano? No, claro que no. Lo que pasa es que todos en el mundo estamos cometiendo un error de cálculo fundamental: el 11 de septiembre de 2001 George Walker Bush dejó a América Latina a su suerte. A partir de ese momento, tras la caída de las Torres Gemelas, todos los referentes de guerra y paz, decencia e indecencia cambiaron dramáticamente.
Hugo Chávez, sin el atentado terrorista, jamás hubiera podido ser lo que fue. El exdirigente fue la expresión de los límites de un pueblo. Pertenecer al Ejército era la única manera de comer y ascender en Venezuela. Cuanto más fregado, más éxito dentro del Ejército.
Y Chávez empezó con los delirios de grandeza. Y Chávez comenzó a leer la historia de Bolívar. Chávez siempre supo que la frontera entre los monos de los ranchos que rodean Caracas y el otro mundo, donde viven los llamados sifrinos —Prado Este, Chacao, Altamira— era su cantera natural, no solo de votos sino de razón histórica para fundamentar su régimen. Los cálculos de Chávez resultaron ciertos: en Venezuela los fregados eran más que los afortunados.
El problema es que los afortunados de Venezuela creían y pensaban que era un derecho natural que la otra gente estuviera fregada y ellos bien. Y Chávez, que no podía preguntarle a Bolívar, descubrió que le podía preguntar a Castro. Y Castro descubrió que gracias a la ignorancia y a las ganas de trascender de Chávez, su pueblo (los cubanos) podía, de verdad, tener una segunda oportunidad.
Érase una vez un continente dejado de la mano de Dios, se llama América. La América que habla en español, que hasta que Fidel Castro, la embarcación Granma y el apoyo que le dio México le permitió acabar con Batista, tenía una historia de gran indignidad frente al imperio americano. Castro nunca doblegó a América. A América la doblegó Osama Bin Laden tumbándole las Torres. A partir de entonces, todos comenzamos a vivir en un mundo nuevo.
Chávez jugó sabiendo siempre que había un límite. El único límite que nunca pensó que a él le sucedería se llama cáncer, ese mismo que acabó con su vida y que colocó a Venezuela en la alternativa donde está.
Pero Chávez por sí mismo no es suficiente para entender el problema. Chávez más Castro tampoco. Chávez más Castro más Bush, tampoco. El problema es que para entender la actual crisis venezolana, hay que entender el nuevo mapa del mundo.
Y para mí, el mapa del nuevo mundo es muy sencillo. Discrepo, respetuosa y profundamente, de todos cuantos le atribuyen a Cuba la continuidad del sistema chavista.
En lo personal considero que será Cuba, con Raúl Castro a la cabeza, quien entregue la revolución chavista a Estados Unidos, a cambio de conseguir el desbloqueo para Cuba.
El precio de la normalización política con Cuba es Venezuela. Y eso es lo que ni Maduro ni Cabello ni los líderes antichavistas han entendido.
¿Seguirán muriendo jóvenes en Venezuela? Espero que pocos. ¿Están solos los estudiantes venezolanos? A pesar del gran apoyo que tienen —sobre todo de los jóvenes latinoamericanos—, sí viven en la soledad que significa que por ahora —al menos—, nadie ha entendido lo que está de fondo y eso los desprotege.
Todos parten de que Cuba es quien sostiene a Venezuela. Yo sostengo que Cuba entregará a Venezuela. ¿Por qué? Porque es la única manera de conseguir la normalización política del Caribe.
Mientras tanto, seguirá habiendo muerte. Pero como nos enseña la Historia, el poder no se pierde cuando la gente comienza a disparar, sino cuando la gente duda.
Pues bien, en Venezuela los policías, los guardias nacionales republicanos empiezan a dudar. Ese es el primer síntoma de que la situación puede cambiar.
¿Cómo se podría perpetuar la revolución chavista, que fue siempre una puesta en escena televisiva con riesgos calculados? Se podría conseguir si los batallones chavistas reunidos en torno a las misiones tuvieran la dirección militar adecuada y si para los cubanos no fuera mejor entregar Venezuela que entregar Cuba.
A partir de aquí solo es un problema de tiempo. Venezuela está enterrando al chavismo, justo al año de la muerte de Chávez. Y quien oficia de gran enterrador se llama Cuba.
En algún momento, en algún lugar escucharemos que hay conversaciones de paz. Esas conversaciones tendrán, como le pasa al presidente Santos y a Colombia con las FARC, un garante: Cuba. Para el país caribeño el problema no es la normalización económica, democrática o política de su isla. El problema es vender caro y bien la influencia política que posee sobre el continente.
Y eso tiene dos ejes fundamentales: uno es Colombia y otro, sobre todo, es el petróleo venezolano.
Lo sepa o no Maduro (si es que alguna vez supo algo), las campanas doblan por él. Pero no suenan ni se tocan en Washington. Tocan y suenan en La Habana.
Chávez siempre lo supo, por eso murió en la cresta del sueño. Chávez, como Evita, nunca despertará.
Así como a Evita le realizaron un gran evento funerario, del que solo se levantó el pedestal, ahora da la impresión de que la tumba de Chávez es la tumba de su régimen.
Érase una vez un país que vio, una y otra vez, como su clase dirigente le fallaba.
■ Érase una vez un coronel que en el momento de rendirse dijo que, por ahora, el golpe acababa.
■ Érase una vez un coronel que, basado en el hambre de su pueblo y en el hecho de que quienes vivían en los ranchos eran mayoría, dio un golpe de Estado.
■ Érase un país entregado a los delirios locos —según el modelo de Ronald Reagan—, de que un viejo por muy viejo que fuera, Rafael Caldera, podía ser presidente.
■ Érase una vez un coronel que, basado en el hambre de su pueblo y en el hecho de que quienes vivían en los ranchos eran mayoría, dio un golpe de Estado.
■ Érase un país entregado a los delirios locos —según el modelo de Ronald Reagan—, de que un viejo por muy viejo que fuera, Rafael Caldera, podía ser presidente.
Venezuela no está en la primera página de los periódicos más que a golpe de sangre, frustración y muerte. Eso es lógico. Venezuela es un país rico; tiene mucho, mucho petróleo; mucho, mucho futuro; mucho, mucho territorio y poca, poca población.
¿Por qué parece que es más importante la crisis ucrania que la venezolana? ¿Es porque está a la derecha de Putin? ¿Es porque está a la izquierda de Obama? No, simplemente la razón es que a América hace muchos años que nadie necesita tomársela en serio.
¿Son los muertos de esta última revuelta venezolana en vano? No, claro que no. Lo que pasa es que todos en el mundo estamos cometiendo un error de cálculo fundamental: el 11 de septiembre de 2001 George Walker Bush dejó a América Latina a su suerte. A partir de ese momento, tras la caída de las Torres Gemelas, todos los referentes de guerra y paz, decencia e indecencia cambiaron dramáticamente.
Hugo Chávez, sin el atentado terrorista, jamás hubiera podido ser lo que fue. El exdirigente fue la expresión de los límites de un pueblo. Pertenecer al Ejército era la única manera de comer y ascender en Venezuela. Cuanto más fregado, más éxito dentro del Ejército.
Y Chávez empezó con los delirios de grandeza. Y Chávez comenzó a leer la historia de Bolívar. Chávez siempre supo que la frontera entre los monos de los ranchos que rodean Caracas y el otro mundo, donde viven los llamados sifrinos —Prado Este, Chacao, Altamira— era su cantera natural, no solo de votos sino de razón histórica para fundamentar su régimen. Los cálculos de Chávez resultaron ciertos: en Venezuela los fregados eran más que los afortunados.
El problema es que los afortunados de Venezuela creían y pensaban que era un derecho natural que la otra gente estuviera fregada y ellos bien. Y Chávez, que no podía preguntarle a Bolívar, descubrió que le podía preguntar a Castro. Y Castro descubrió que gracias a la ignorancia y a las ganas de trascender de Chávez, su pueblo (los cubanos) podía, de verdad, tener una segunda oportunidad.
Érase una vez un continente dejado de la mano de Dios, se llama América. La América que habla en español, que hasta que Fidel Castro, la embarcación Granma y el apoyo que le dio México le permitió acabar con Batista, tenía una historia de gran indignidad frente al imperio americano. Castro nunca doblegó a América. A América la doblegó Osama Bin Laden tumbándole las Torres. A partir de entonces, todos comenzamos a vivir en un mundo nuevo.
Chávez jugó sabiendo siempre que había un límite. El único límite que nunca pensó que a él le sucedería se llama cáncer, ese mismo que acabó con su vida y que colocó a Venezuela en la alternativa donde está.
Pero Chávez por sí mismo no es suficiente para entender el problema. Chávez más Castro tampoco. Chávez más Castro más Bush, tampoco. El problema es que para entender la actual crisis venezolana, hay que entender el nuevo mapa del mundo.
Y para mí, el mapa del nuevo mundo es muy sencillo. Discrepo, respetuosa y profundamente, de todos cuantos le atribuyen a Cuba la continuidad del sistema chavista.
En lo personal considero que será Cuba, con Raúl Castro a la cabeza, quien entregue la revolución chavista a Estados Unidos, a cambio de conseguir el desbloqueo para Cuba.
El precio de la normalización política con Cuba es Venezuela. Y eso es lo que ni Maduro ni Cabello ni los líderes antichavistas han entendido.
¿Seguirán muriendo jóvenes en Venezuela? Espero que pocos. ¿Están solos los estudiantes venezolanos? A pesar del gran apoyo que tienen —sobre todo de los jóvenes latinoamericanos—, sí viven en la soledad que significa que por ahora —al menos—, nadie ha entendido lo que está de fondo y eso los desprotege.
Todos parten de que Cuba es quien sostiene a Venezuela. Yo sostengo que Cuba entregará a Venezuela. ¿Por qué? Porque es la única manera de conseguir la normalización política del Caribe.
Mientras tanto, seguirá habiendo muerte. Pero como nos enseña la Historia, el poder no se pierde cuando la gente comienza a disparar, sino cuando la gente duda.
Pues bien, en Venezuela los policías, los guardias nacionales republicanos empiezan a dudar. Ese es el primer síntoma de que la situación puede cambiar.
¿Cómo se podría perpetuar la revolución chavista, que fue siempre una puesta en escena televisiva con riesgos calculados? Se podría conseguir si los batallones chavistas reunidos en torno a las misiones tuvieran la dirección militar adecuada y si para los cubanos no fuera mejor entregar Venezuela que entregar Cuba.
A partir de aquí solo es un problema de tiempo. Venezuela está enterrando al chavismo, justo al año de la muerte de Chávez. Y quien oficia de gran enterrador se llama Cuba.
En algún momento, en algún lugar escucharemos que hay conversaciones de paz. Esas conversaciones tendrán, como le pasa al presidente Santos y a Colombia con las FARC, un garante: Cuba. Para el país caribeño el problema no es la normalización económica, democrática o política de su isla. El problema es vender caro y bien la influencia política que posee sobre el continente.
Y eso tiene dos ejes fundamentales: uno es Colombia y otro, sobre todo, es el petróleo venezolano.
Lo sepa o no Maduro (si es que alguna vez supo algo), las campanas doblan por él. Pero no suenan ni se tocan en Washington. Tocan y suenan en La Habana.
Chávez siempre lo supo, por eso murió en la cresta del sueño. Chávez, como Evita, nunca despertará.
Así como a Evita le realizaron un gran evento funerario, del que solo se levantó el pedestal, ahora da la impresión de que la tumba de Chávez es la tumba de su régimen.