A Cristina Kirchner, la ira le tapa el bosque
El relato oficial dice que la Iglesia designó a Bergoglio como Papa con una misión similar a la que había tenido Juan Pablo II. El Papa polaco desempeñó un papel relevante en el debilitamiento del régimen comunista de Varsovia, al tiempo que el movimiento sindical Solidaridad, que encabezaba Lech Walesa, jaqueaba desde los astilleros de Gdansk al régimen que alentaba Moscú. La “apertura hacia el Este”, de Karol Wojtyla, marchó al ritmo del temblor que sacudía entonces a la URSS y a los países adheridos al Pacto de Varsovia.
Sería equivocado atribuirle, exclusivamente, a Juan Pablo II la demolición del Muro de Berlín. La glasnost de Gorbachov en la agonía de la URSS aceleró el derrumbe, provocado por los graves errores del régimen que manejaba el PCUS.
El oficialismo, impactado por la elección de Bergoglio como el jefe de 1.200 millones de católicos, encontró rápido una explicación: el Papa argentino, considerado por los Kirchner como uno de sus enemigos predilectos, viene a trabajar contra Venezuela, Bolivia, Ecuador y la Argentina. Sería entonces la versión “aggiornada” de Juan Pablo II.
No explican en esta “remake” quién hace de Walesa y quién de Gorbachov. Ni tampoco dónde está la versión local de Solidaridad, si es que existe. Solo se apoyan en una hipótesis conspirativa contra los países “bolivarianos”. Excluyen a Brasil porque la teoría no alcanza para sostener que Bergoglio se propone también acabar con la quinta economía del planeta.
Cristina y su equipo han quedado atónitos con la decisión de los cardenales. En su visión de vuelo rasante buscan argumentos para su desconsuelo sin advertir –falta una diplomacia en serio que ayude a subsanar los errores que se cometen–, que se está frente a un acontecimiento histórico y que el protagonista central de ese hecho inédito en el catolicismo es un argentino.
Esa concepción estrecha en la que prevalece la pasión y no una estrategia que supere lo local, el Gobierno ha dado muestras de que no comparte el nombramiento del nuevo Papa, sino que no puede superar la ira de tener a Bergoglio como jefe de la Iglesia.
El Pontífice es definido como un conservador popular. Es posible que lo sea: su militancia peronista y su posición en la Iglesia sostienen esa interpretación. ¿Eso invalida su importancia como Papa, con el que se debería intentar recomponer una relación en beneficio del interés nacional?
Bergoglio ha sido acusado de no haber hecho todo lo posible para defender a curas perseguidos y secuestrados por la dictadura. Otros, como el Premio Nobel Pérez Esquivel o Fernández Meijide , dicen lo contrario.
La carta de felicitación a Bergoglio enviada por Cristina es tan fría y formal como lo habría sido una nota congratulando al titular de un consorcio inmobiliario.(Columna de Ricardo Kirshbaum para el diario Clarín de Buenos Aires)/gap
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