Castro vivía como un magnate y tenía un paraíso secreto de gran lujo
Por CARLOS SIULA / CORRESPONSAL / El Sol de México
PARÍS, Francia. (OEM-Informex).- Detrás de su aspecto de revolucionario, símbolo de las guerrillas latinoamericanas e ícono del Tercer Mundo, el exlíder cubano Fidel Castro fue durante años, en realidad, un hombre que vivía en medio de lujos dignos de un magnate: desde 1961 había construido un paraíso privado en la isla Cayo Piedra, ubicada a 15 kilómetros al sur de la célebre Bahía de Cochinos.
En esa fastuosa propiedad poseía una enorme residencia protegida por una batería de misiles tierra-aire, helipuerto y un búnker para refugiarse en caso de ataque, una piscina de agua dulce de 25 metros, un yate de 27.50 metros de eslora (Aquarama II) y dos lanchas rápidas (Pionera I y II), un pontón de 60 metros de largo para amarrar esa flotilla, un restaurante flotante con bar y barbacoa donde se comía à la carte, un delfinario, un criadero de tortugas, tanques de combustible enterrados, una minicentral eléctrica, y una pequeña guarnición para alojar a sus guardaespaldas y a los soldados de élite encargados de custodiar la isla.
En un islote contiguo, unido a la isla principal por un puente de 215 metros, había una casa para invitados.
El autor de esas asombrosas revelaciones es Juan Reinaldo Sánchez, que fue guardaespaldas personal de Castro durante 17 años hasta que perdió la confianza del líder máximo y fue enviado a la cárcel.
Otro miembro de la custodia de crucial importancia en el dispositivo de seguridad tenía instrucciones de seguirlo a escasa distancia en todos los desplazamientos. En dos ocasiones, en 1983 y en 1992, ese hombre le salvó la vida porque tenía el mismo grupo sanguíneo que el dictador (A negativo), extremadamente raro, y pudo hacerle una transfusión inmediata.
Sánchez afirma en sus revelaciones que fue testigo del momento en que una delegación del movimiento guerrillero colombiano M-19 le aportó la espada de Simón Bolívar, robada en un Museo de Bogotá, y que Castro conservó durante 12 años en su despacho.
También lo escoltaba en sus numerosas incursiones galantes, conocía los secretos de su vida privada, sus amantes e hijos naturales, su pasión por los banquetes y la bebida, sus operaciones de contrabando para financiar la llamada "reserva del Comandante" e incluso sus actividades como narcotraficante, reveladas indirectamente durante el proceso al general Arnaldo Ochoa y los hermanos De la Guardia. Fue en ese momento que Sánchez rompió con el régimen y terminó con sus huesos en la cárcel.
Por CARLOS SIULA / CORRESPONSAL / El Sol de México
PARÍS, Francia. (OEM-Informex).- Detrás de su aspecto de revolucionario, símbolo de las guerrillas latinoamericanas e ícono del Tercer Mundo, el exlíder cubano Fidel Castro fue durante años, en realidad, un hombre que vivía en medio de lujos dignos de un magnate: desde 1961 había construido un paraíso privado en la isla Cayo Piedra, ubicada a 15 kilómetros al sur de la célebre Bahía de Cochinos.
En esa fastuosa propiedad poseía una enorme residencia protegida por una batería de misiles tierra-aire, helipuerto y un búnker para refugiarse en caso de ataque, una piscina de agua dulce de 25 metros, un yate de 27.50 metros de eslora (Aquarama II) y dos lanchas rápidas (Pionera I y II), un pontón de 60 metros de largo para amarrar esa flotilla, un restaurante flotante con bar y barbacoa donde se comía à la carte, un delfinario, un criadero de tortugas, tanques de combustible enterrados, una minicentral eléctrica, y una pequeña guarnición para alojar a sus guardaespaldas y a los soldados de élite encargados de custodiar la isla.
En un islote contiguo, unido a la isla principal por un puente de 215 metros, había una casa para invitados.
El autor de esas asombrosas revelaciones es Juan Reinaldo Sánchez, que fue guardaespaldas personal de Castro durante 17 años hasta que perdió la confianza del líder máximo y fue enviado a la cárcel.
Sánchez, que actualmente reside en Miami, porta siempre un arma y se desplaza permanentemente acompañado por dos guardaespaldas, relató sus experiencias en el libro La vie cachée de Fidel Castro (La vida oculta de Fidel Castro) que salió esta semana en París. El texto de esas memorias fue escrito por el periodista francés Axel Gyldén.
Las confesiones de Sánchez sobre la dimensión de su propiedad y sus lujos causaron estupor porque Fidel Castro había afirmado siempre que solo poseía una "modesta cabaña de pescador" y que tenía un "enorme desprecio por el concepto burgués de las vacaciones".
Solo un grupo muy reducido de privilegiados ha tenido acceso a ese refugio secreto, entre ellos los escritores William Styron y Gabriel García Márquez -que iba con frecuencia-, el millonario Ted Turner, exdueño de la cadena de televisión CNN, la célebre entrevistadora norteamericana Barbara Walters, el presidente colombiano Alfonso López Michelsen y su esposa, y el exdirigente de la RDA, Erich Honecker. Pero muy raramente invitaba a ministros o dirigentes del gobierno y "nunca vi a su hermano Raúl", asegura.
Además de sus funciones de guardaespaldas, una de las principales misiones de Sánchez consistía en acompañar al exjefe de la revolución cuando se dedicaba a su verdadera pasión: la caza submarina. Castro -que mide 1.91 metros, pesaba entonces 95 kilos y tenía una capacidad torácica impresionante- era capaz de bucear en apnea a 10 metros de profundidad. En esos casos, su guardaespaldas lo acompañaba armado con un fusil submarino neumático que disparaba flechas de punta redonda para golpear en la cabeza a los tiburones, peces espadas o barracudas que podían ponerlo en peligro.
Sánchez ignora si Castro, que sufrió una larga enfermedad a partir de 2006, continúa yendo regularmente a Cayo Piedra.
El guardaespaldas relataba en sus revelaciones que Castro y su familia también tenían la costumbre de comer à la carte, como en un restaurante, cuando estaban en su inmensa residencia ubicada en el barrio Siboney, de La Habana. Para el desayuno, cada miembro de la familia bebía la leche recién ordeñada de su vaca privada, que llegaba a la mesa en una botella numerada para que nadie se equivocara. El recipiente del Líder tenía el número 5 y era imposible engañarlo. Castro, dotado de un excelente paladar era capaz de detectar un cambio.
Sánchez relata en su libro que Castro, maniático de las grabaciones, había hecho instalar un verdadero estudio en el tercer piso del Palacio de la Revolución. Todas sus entrevistas en tête-à-tête con interlocutores cubanos o extranjeros eran invariablemente grabadas y conservadas en un archivo. Un dispositivo similar existía en la Sala del Consejo de Ministros, ubicada a 10 metros del despacho presidencial.
En los hoteles de La Habana, la Técnica [policía secreta del régimen, conocida por la temible sigla G2] había instalado igualmente micrófonos y cámaras ocultas para grabar las conversaciones y grabar la intimidad de ciertas personalidades dignas de interés, como dirigentes extranjeros, diplomáticos, periodistas o empresarios. Los invitados del régimen eran alojados en esas habitaciones especiales.
Sánchez asegura que entre las 15 personas que integran la custodia personal de Castro -todos tiradores de élite y perfectamente entrenados en artes marciales- hay dos que cumplen funciones esenciales.
Uno de ellos, aunque un poco más pequeño de estatura, es su sosías casi perfecto: Silvino Álvarez tiene el mismo perfil que el expresidente. En ciertos momentos críticos, recorría las calles de La Habana instalado en el asiento trasero del automóvil presidencial, con una barba postiza y con una boina en la cabeza. Así ocurrió en 1962 cuando el Líder enfermó en forma imprevista y el régimen mantuvo el secreto. El falso Castro tenía instrucciones de recorrer los barrios más poblados y de lejos saludaba a la gente imitando los gestos de Fidel.
Las confesiones de Sánchez sobre la dimensión de su propiedad y sus lujos causaron estupor porque Fidel Castro había afirmado siempre que solo poseía una "modesta cabaña de pescador" y que tenía un "enorme desprecio por el concepto burgués de las vacaciones".
Solo un grupo muy reducido de privilegiados ha tenido acceso a ese refugio secreto, entre ellos los escritores William Styron y Gabriel García Márquez -que iba con frecuencia-, el millonario Ted Turner, exdueño de la cadena de televisión CNN, la célebre entrevistadora norteamericana Barbara Walters, el presidente colombiano Alfonso López Michelsen y su esposa, y el exdirigente de la RDA, Erich Honecker. Pero muy raramente invitaba a ministros o dirigentes del gobierno y "nunca vi a su hermano Raúl", asegura.
Además de sus funciones de guardaespaldas, una de las principales misiones de Sánchez consistía en acompañar al exjefe de la revolución cuando se dedicaba a su verdadera pasión: la caza submarina. Castro -que mide 1.91 metros, pesaba entonces 95 kilos y tenía una capacidad torácica impresionante- era capaz de bucear en apnea a 10 metros de profundidad. En esos casos, su guardaespaldas lo acompañaba armado con un fusil submarino neumático que disparaba flechas de punta redonda para golpear en la cabeza a los tiburones, peces espadas o barracudas que podían ponerlo en peligro.
Sánchez ignora si Castro, que sufrió una larga enfermedad a partir de 2006, continúa yendo regularmente a Cayo Piedra.
El guardaespaldas relataba en sus revelaciones que Castro y su familia también tenían la costumbre de comer à la carte, como en un restaurante, cuando estaban en su inmensa residencia ubicada en el barrio Siboney, de La Habana. Para el desayuno, cada miembro de la familia bebía la leche recién ordeñada de su vaca privada, que llegaba a la mesa en una botella numerada para que nadie se equivocara. El recipiente del Líder tenía el número 5 y era imposible engañarlo. Castro, dotado de un excelente paladar era capaz de detectar un cambio.
Sánchez relata en su libro que Castro, maniático de las grabaciones, había hecho instalar un verdadero estudio en el tercer piso del Palacio de la Revolución. Todas sus entrevistas en tête-à-tête con interlocutores cubanos o extranjeros eran invariablemente grabadas y conservadas en un archivo. Un dispositivo similar existía en la Sala del Consejo de Ministros, ubicada a 10 metros del despacho presidencial.
En los hoteles de La Habana, la Técnica [policía secreta del régimen, conocida por la temible sigla G2] había instalado igualmente micrófonos y cámaras ocultas para grabar las conversaciones y grabar la intimidad de ciertas personalidades dignas de interés, como dirigentes extranjeros, diplomáticos, periodistas o empresarios. Los invitados del régimen eran alojados en esas habitaciones especiales.
Sánchez asegura que entre las 15 personas que integran la custodia personal de Castro -todos tiradores de élite y perfectamente entrenados en artes marciales- hay dos que cumplen funciones esenciales.
Uno de ellos, aunque un poco más pequeño de estatura, es su sosías casi perfecto: Silvino Álvarez tiene el mismo perfil que el expresidente. En ciertos momentos críticos, recorría las calles de La Habana instalado en el asiento trasero del automóvil presidencial, con una barba postiza y con una boina en la cabeza. Así ocurrió en 1962 cuando el Líder enfermó en forma imprevista y el régimen mantuvo el secreto. El falso Castro tenía instrucciones de recorrer los barrios más poblados y de lejos saludaba a la gente imitando los gestos de Fidel.
Otro miembro de la custodia de crucial importancia en el dispositivo de seguridad tenía instrucciones de seguirlo a escasa distancia en todos los desplazamientos. En dos ocasiones, en 1983 y en 1992, ese hombre le salvó la vida porque tenía el mismo grupo sanguíneo que el dictador (A negativo), extremadamente raro, y pudo hacerle una transfusión inmediata.
Sánchez afirma en sus revelaciones que fue testigo del momento en que una delegación del movimiento guerrillero colombiano M-19 le aportó la espada de Simón Bolívar, robada en un Museo de Bogotá, y que Castro conservó durante 12 años en su despacho.
También lo escoltaba en sus numerosas incursiones galantes, conocía los secretos de su vida privada, sus amantes e hijos naturales, su pasión por los banquetes y la bebida, sus operaciones de contrabando para financiar la llamada "reserva del Comandante" e incluso sus actividades como narcotraficante, reveladas indirectamente durante el proceso al general Arnaldo Ochoa y los hermanos De la Guardia. Fue en ese momento que Sánchez rompió con el régimen y terminó con sus huesos en la cárcel.